miércoles, 25 de enero de 2012

JUAN ASTILLERO PÉREZ, “COMPARE”
(1886 – 1912?)


Banderillero

Hubo en Andújar tiempos propicios para las tardes de toros; tardes de expectación ante la llegada del maestro que tantos elogios había recogido en otras plazas; de eternas discusiones sobre la mayor o menor pujanza de uno u otro diestro, mientras se saboreaba el vino de la taberna, que era casi como un segundo hogar. En distintas épocas, con diferentes toreros y renovadas aficiones, Andújar siempre ha tenido una atracción especial hacia este arcaico enfrentamiento del hombre y la bestia. Enrique Gómez Martínez ya nos descubrió, hace tiempo, la importancia de los festejos taurinos en el pasado de la ciudad; y nuestros mayores recuerdan aún las historias contadas acerca de los cosos que existieron en la vieja Andújar antes de que se construyera el actual, ya centenario. Abundan aquí y allí los carteles amarillentos, plenos de nombres gloriosos de la tauromaquia nacional, que nos hacen sonreír ante los precios de antaño y las repetitivas fórmulas del estilo “si el tiempo y la autoridad competente no lo impiden”. En las postrimerías del siglo XIX e inicios del XX debió ser especialmente importante la Andújar taurina pues un personaje de la celebrada zarzuela Agua, azucarillos y aguardiente, cita a nuestra ciudad cuando espera que se le pague algo por una faena que tuvo lugar aquí. Y, por supuesto, luego está nuestra sierra, atesorando las reses que algún día serán lidiadas sobre el albero de alguna plaza.

En fin, todos estos prolegómenos nos ayudan para adentrarnos en otro terreno de la Andújar eterna, a través de sus hombres y mujeres. En este caso, un banderillero: Juan Astillero Pérez, alias “Compare”, nacido a orillas del Guadalquivir el 24 de enero de 1886. Su nombre se nos descubre dentro de la inmensa obra iniciada por José María de Cossío, Los toros, y como ocurre con el resto de biografías incluidas, abunda en datos acerca de sus distintas actuaciones. Así sabemos que empieza a torear en la desaparecida plaza madrileña de Tetuán de las Victoria en 1909. En esa misma temporada sufrió tres cornadas, una de ellas de importancia. Dos años después parece haber alcanzado cierta fama, pues actúa en treinta y cinco corridas. El 29 de octubre participa en la lidia de cinco novillos de Murube y uno de Gamero Cívico para Vázquez II, Eusebio Fuentes y “Torquito”. Sigue relatando Cossío que al “Compare” se le aplaudió intensamente un gran par que clavó en el sexto de la tarde, de nombre “Balconero”.

Antiguo coso de Tetuán de las Victorias (desaparecido)
(www.fuenterrebollo.com)


El 5 de mayo de 1912 sufrió una grave cogida en Madrid, en el coso de Tetuán de las Victorias, por parte de un novillo que lo corneó repetidamente. Don José María comenta que su vida corrió peligro y apunta con exactitud el alcance de las tres heridas que recibió: una, de tres centímetros, en la región lateral del cuello; otra, de dos, en la antero lateral; y la última, en la región escapular izquierda. Los novillos eran: cuatro de don Máximo Hernán y dos de la marquesa de Cuéllar para los espadas “Minerito”, “Alfarero” y Vernia.

Cossío concluye su apunte biográfico con este comentario: “Juan Astillero era un banderillero muy valiente y adornado”.

Pero si arriba hemos apuntado 1912 como probable fecha de su fallecimiento es porque, a diferencia de este autor, el crítico taurino José Alameda dejó escrito en su obra Crónica de sangre que “Compare” murió ese día “al ser corneado por un toro de Hernán”. El erudito taurino mexicano Rafael Gómez Lozano “Dientefino” es quien apunta la diferencia entre la versión de uno y otro entendido, aunque es extraño que Cossío, tan atento al detalle minucioso, dejara escapar algo tan básico como que nuestro paisano perdiera su vida en el ruedo o muriese de forma natural. Y al igual que hemos encontrado en alguna que otra página web dedicada al mundo del toro, desde aquí hacemos un llamamiento para que algún aficionado a la tauromaquia o incluso descendiente de este banderillero, nos dé luz acerca del final cierto de Juan Astillero.


FUENTES:

COSSÍO, José María de; Los toros. Madrid, Espasa-Calpe, 1943; tomo III, página 68.

jueves, 12 de enero de 2012

DE MI INTRAHISTORIA


Los seguidores de este blog, a los que agradezco su interés, me han de permitir que dedique unas breves líneas no a un personaje destacado de nuestra historia local, no a un famoso escritor o a un glorioso conquistador de las Américas, sino a un hombre sencillo y bueno: a mi padre, Manuel Barea García. La historia no solo la escriben los grandes nombres, sino que la cotidianeidad (esa intrahistoria tantas veces citada desde que Unamuno acuñara el término) se llena de hombres y mujeres de vida discreta, cuyo conocimiento no llega más allá de sus familiares y convecinos. 
Así era mi padre, nacido en el arrabal de San Bartolomé de Andújar el 1 de marzo de 1935 y fallecido en su barrio de toda la vida el pasado 3 de enero. No hemos de encontrar en su biografía datos destacables, más allá de que pronto perdió a su padre en la fatídica contienda civil y muy joven hubo de enterrar a su madre Dolores. Casi siendo un niño entró a trabajar en el bazar Presa de la calle San Antonio, uno de esos establecimientos añorados por aquellos que miran con nostalgia el pasado de Andújar. Y allí estuvo hasta la década de los ochenta, cuando por imperativo laboral, tuvo que iniciar otra andadura profesional, montando junto con su mujer la mercería "Jesús María" frente al castizo altozano de la Victoria. Una vida, pues, dedicado a atender a los clientes (primero ajenos, después propios) y a tratar de ganarse el pan con honradez. Una vida normal, sin sobresaltos, otorgando amor a su esposa, Carmela, y a su único hijo, un servidor. Pero una vida en la que también encontró acomodo su gran devoción por las cosas de su tierra, en especial la Semana Santa, y sobre todo, su Cristo de la Paciencia. En sus genes estaba la simiente de eso que hoy (permítanme el neologismo) se podría denominar como "capillismo": un antepasado suyo, Francisco Barea Arcediano fue el mecenas de la Hermandad de la Soledad durante un cuarto de siglo; y su propio padre, Manuel Barea Lara, fue el último hermano mayor de la antigua cofradía de la Paciencia, además de ocupar el mismo cargo en la de la Divina Pastora. En la década de los sesenta, ante la crisis que afectó a las cofradías de Pasión y Gloria, mi padre, junto a otras personas de la ciudad, impidieron que se perdiera el culto y la devoción a Jesús de la Paciencia y que la cofradía siguiera funcionando. Él mismo fue hermano mayor en 1971 y 1972, y secretario durante muchos años. Fue una época dura, pues para poder realizar el desfile penitencial (primero, el Miércoles Santo y después el Jueves) se dependía, básicamente, de la venta de lotería nacional: participaciones que él preparaba en su casa, con un listado de socios que había que acrecentar para que las ganancias fueran las suficientes. Aún recuerdo el pulso firme de su escritura estampando en cada participación el nombre del abonado a la lotería. Su hermandad reconoció en su momento sus desvelos haciéndole un emotivo homenaje hace ya unos años, la misma corporación que ha visto con orgullo cómo ha sido enterrado luciendo su túnica nazarena, después de haber sido velado cubriéndose su cuerpo con la bandera de la hermandad.
Lo demás, ya se sabe: momentos felices frente a otros más amargos. Alegrías y tristezas que van tejiendo la vida de cada uno de nosotros. Como he dicho antes: una buena persona, como tantas otras, aunque para mí, lógicamente, era especial. En la próxima entrega seguiré desgranando, de manera divulgativa, los entresijos de aquellos que han dado y dan lustre a Andújar, pero no nos olvidemos nunca de esas existencias anónimas que también crean a su alrededor todo un enjambre de querencias y que, a su manera, son tan importantes como los grandes nombres.
Sit tibi terra levis.